Si algo ha demostrado esta pandemia, es que la solidaridad no entiende de fronteras
Un trabajador de Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), nos cuenta como transcurre el tiempo entre personas de distintas culturas en un centro de acogida.
Un día cualquiera llego al centro a las 10,00, hora de entrada para el cambio de turno, y lo primero que detecto a pesar del cubreboca, que llevo, es el olor a café recién hecho. El vigilante que finaliza su turno, me pasa el parte de incidencias de la noche: insomnios, dolor de muelas, niños llorando, largas charlas interculturales en los espacios comunes….Lo habitual.
Sonidos y acordes de guitarra y djembe llegan hasta mis oídos. Son Mamadou y Juan en la 5ª planta intentando evadir sus mentes ante esta situación. Rosa, los acompaña escuchando ensimismada y con su mente viajando a ignotos mundos; su medicación la tiene controlada.
Han pasado 2 horas desde mi llegada y es como si el tiempo volara. Hoy es un día especial, hemos recibido una donación de juguetes para los niños de una empresa solidaria, que es consciente de la situación en la que viven en el centro, subo feliz….y llamo a la puerta 202 me abre Madalina, la madre de Florin, que asoma su cabeza con pelo revuelto, ojos hinchados y en ropa interior. Su marido Gigi, desde el fondo de la habitación, con una taza de café me saluda con una taza de café en la mano, casi desnudo, con total naturalidad, tomando aire fresco que entra por la ventana. No hace ademán de taparse ante un extraño, se sienten cómodos en confianza y eso significa que te consideran uno más entre ellos.
Cuando entrego el juguete, no sabría decir quién se le notaba más feliz, si al niño o a los padres, esta misma escena se repite con Mohammed, Lucía, Iano…..La hora de la comida transcurre con la felicidad en los rostros de todos ellos.